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Ayer, miercoles 26 de febrero, comenzamos el periodo la Cuaresma, 40 días previos a la Pascua del Señor. Es el arranque del tiempo litúrgico de preparación para la Pascua, en el que los católicos están llamados a la oración y a los actos de caridad y solidaridad con el otro.

Para aquellos que no conozcáis el origen de este acto os dejamos una pequeña referencia:

El uso de la ceniza que da nombre a este día, se debe a la tradición judía de los cristianos. Cuando hacían algún tipo de sacrificio, los judíos se cubrían de ceniza, resaltando el sentido simbólico de muerte y caducidad de las cenizas. Más tarde, los primeros cristianos recuperaron este gesto para el Sacramento de la Reconciliación, hasta que en el sXI la Iglesia de Roma estandarizó este gesto.

El acto consiste en la imposición de la ceniza en la frente de los fieles formando una cruz mostrando para reflejar la fugacidad de la vida y la necesidad de relativizar lo material. Este gesto sirve para reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que va más allá del gesto exterior para convertirse en un sino a asumir por el cristiano.

Las cenizas son el producto de la combustión de las palmas del Domingo de Ramos anterior. Tras bendecir las palmas el Domingo de Ramos, al acabar la Semana Santa estas se queman, se rocían con agua bendita y luego se aromatizan con incienso. De este modo el ciclo vuelve a empezar y la alegría de recibir a Jesús sirve para prepararse mentalmente para su llegada.